INVOCATIO: Dios mío, crea en mí un corazón puro.
LECTIO: 2Sam
15,13-14.30;16,5-13. El hijo de David, Absalón
se subleva contra él y lo quiere matar. Tiene el pueblo a su favor. David huye
de Jerusalén. Sal 3,2-8. Levántate, Señor, y sálvame. Lc 5,1-20. Jesús cura el endemoniado de Gerasa; la Legión de demonios se precipita
sobre el mar de Galilea.
MEDITATIO: Continúa la comparación estrecha entre David, el rey de Israel
y Jesús, el nazareno, el rey de los judíos. David no las tiene todas consigo.
En sus últimos años, una turba de tragedias le persigue. Todo un monarca huye
descalzo y llorando y con la cabeza gacha, en estampida, hacia el monte de los
olivos. Más parece una procesión de penitencia que una retirada militar. Unos
pocos de entre los jerosolimitanos se le añaden en compunción y dolor. La
historia empezó dulce y prometedora y se ha tornado agria y sin esperanza. El
enemigo se acerca, ya le pisa los pies, no es un cualquiera, es el hijo de sus
entrañas, Absalón y está decidido a eliminar a su padre. Mientras suena el bajo
fúnebre en el telón de fondo, una voz solista añade más notas de tragedia. “Fuera,
fuera, hombre sanguinario, usurpador y canalla”. David reconoce su merecido en
el insulto y el rechazo de Simei. Es un eco pálido de una queja del Señor por
sus conductas depravadas. Siglos más tarde también gritarán las multitudes
contra el Nazareno: “fuera, fuera, crucifícalo”. Son las voces del príncipe de
la maldad que ha declarado la guerra al Hijo de Dios. Jesús recorría todos los
poblados y aldeas, predicando, curando y expulsando demonios. El Mesianismo
anunciado había de consistir en erradicar el espíritu del mal en el mundo. La
otra orilla del mar, la región de los gerasenos se distinguía por ser un ambiente
hostil a los judíos. En medio de unas montañas verdes, espléndidas, los
gerasenos vivían en cuevas sombrías y se ganaban la vida con la engorda de
cerdos, animales impuros y prohibidos. Para cargar la atmósfera con más tinta,
había un geraseno con fama de endemoniado que deambulaba en los cementerios,
rompía las cadenas y le encantaba azotar las tumbas con ellas para producir
chasquidos y sonidos estridentes. Los discípulos tienen miedo. El Demonio mayor
está desatado y suena a querer eliminar del escenario al tal Maestro, Jesús de
Nazaret. La guerra está declarada desde hace tiempo. Jesús, muy al contrario de
David, no huye del enemigo, lo enfrenta. “Sal de este hombre, espíritu impuro”.
Su nombre era Legión pues no era ni uno ni dos, eran cientos y se precipitaron
en toda la piara de cerdos de la región y se ahogaron en el mar de Galilea. Los
cerdos hacen alusión a lo impuro y prohibido, la legión a los batallones
romanos, venidos a invadir y privar de libertad, el mar al lugar infame donde
Dios antaño dio muerte a los egipcios tiranos que esclavizaron a Israel. La
distancia que media entre ambos reyes es considerable. El reino de David es de
este mundo y tiene que ver con la soberanía de unos sobre otros. El de Jesús no
es de este mundo y tiene que ver con la soberanía del bien sobre el mal. Uno
tiene las manos impuras, el otro las tiene limpias. Uno huye y se retira por
miedo a la muerte, para que no le quiten el trono que duró unos cuantos años;
el otro se entrega libremente a la muerte por amor para ser coronado en la cruz
como rey de los judíos para siempre.
ORATIO: Jesús, rey de reyes, vencedor
del mal y de la muerte. Te dejaste azotar para golpear al pecado. Te dejaste
humillar para derrotar la soberbia. Te dejaste insultar para ganar al orgullo.
Te dejaste despreciar para triunfar en amor. Te dejaste morir para vencer a la
muerte. Gracias Señor. Ayúdame a seguir tus pasos, ayúdame a abrazar tu reino.
CONTEMPLATIO: Vencido para vencer
ACTIO: Ejercicio. La victoria sobre el mal no es de
un día para otro. Es una lucha de toda la vida. Un programa a largo plazo. El
Tentador estará ahí siempre, con apariencia de llevar la delantera. Lo dicen
todas las estadísticas mundiales. Urge trazar una estrategia militante contra
el vicio, las pasiones desordenadas, las inclinaciones malsanas, la pereza, la
lujuria, la vanidad, la soberbia. Programa por objetivos. Abrazar el Reino de
Cristo, seguir sus pasos. La victoria está garantizada. Traza ya tu programa.
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