VIERNES, ENERO 23, 2015
Cómo rezar con los salmos
Padre Ignacio Larrañaga (+2014)
En mi opinión, no existe un vehículo tan rápido para llegar al corazón de Dios como el rezo de los salmos.
Ellos son portadores de una densa carga experimental de Dios. Han sido enriquecidos por el fervor de millones de hombres y mujeres, a lo largo de tres mil años. Con esas mismas palabras se comunicaba con su Padre, Jesús niño, joven, adulto, evangelizador, crucificado. Son, pues, oraciones que están saturadas de gran vitalidad espiritual, acumuladas durante
treinta siglos.
Entre los salmos hay comunicaciones de insuperable calidad. Salmos que no nos dicen nada. Otros nos escandalizan. En un mismo salmo, de pronto nos hallamos con versículos de bellísima interioridad y otros en que se pide anatemas y venganzas. Se puede pasar por alto los unos y detenerse en los otros.
¿Cómo rezarlos? Hay que advertir que no estamos hablando del rezo del Oficio Divino sino de cómo utilizar los salmos como instrumentos de entrenamiento para adquirir la experiencia de Dios, para dar los primeros pasos como forma de oración vocal.
Toma los salmos o versículos que más te llenan. Repite las expresiones que más te «digan». Mientras repites lentamente las frases más cargadas, déjate contagiar por aquella vivencia profunda que sentían los salmistas, los profetas y Jesús. Esto es: trata de experimentar lo que ellos experimentarían. Déjate arrebatar por la presencia viva de Dios, envolver por los sentimientos de asombro, exaltación, alabanza, contrición, intimidad, dulzura u otros sentimientos de que están impregnadas esas palabras.
Si en un momento dado llegas a sentir en una estrofa determinada la «visita» de Dios, detente ahí mismo, repite la estrofa; y aunque durante una hora no hicieras otra cosa que penetrar, sentir, experimentar, asombrarte de la riqueza retenida en ese versículo, quédate ahí y no te preocupes de seguir adelante. Acaba siempre con una decisión de vida.
Es cierto que hay salmos llenos de anatemas y maldiciones. En ciertos casos, si el cristiano se deja llevar de la libre espontaneidad, sentirá cómo el Espíritu le sugiere aplicar esos anatemas contra el «enemigo» —único y múltiple— que es nuestro egoísmo con sus innumerables hijos como el orgullo, la vanidad, la ira, el rencor, la sensualidad, la injusticia, la explotación, la ambición, la irritabilidad...
Yo aconsejo siempre que cada cristiano haga un «estudio» personal de los salmos.
Siendo el hombre un misterio único, su modo de experimentar y experimentarse es singular y no se repite. Lo que a mí me «dice» mucho, al otro no le dice nada. Lo que a éste le «dice» tanto, a mí me dice poco.
Por eso, se necesita un «estudio» personal. ¿Cómo hacerlo?
Comienza desde los primeros salmos. En un día determinado «trata» con el Señor con el primer salmo, en un tiempo fuerte de oración; quiero decir, habla con Dios mediante esas palabras. Si hay en el salmo un versículo, quizá una estrofa completa o una serie encadenada de frases que te «dicen» mucho, después de repetirlas varias veces, márcalas con una raya de lápiz.
Si te parece que una expresión encierra una riqueza particularmente fecunda, puedes subrayarla con varias líneas, según el grado de riqueza que percibas. Coloca al margen una indicación según lo que te inspire aquella estrofa, por ejemplo, confianza, intimidad, alabanza, adoración...
Puede suceder que un mismo salmo, o una misma estrofa, un día te diga poco y otro día mucho. Es que una misma persona puede percibir una misma cosa de diferentes maneras en diferentes momentos.
Si no te dice nada el salmo, déjalo en blanco. Otro día «estudia» el salmo segundo de la misma manera. Y así los ciento cincuenta salmos. Al cabo de un año o dos, tendrás «conocimiento personal» de todos ellos. Cuando quieras alabar, ya sabrás a qué salmos acudir. Cuando quieras meditar sobre la precariedad de la vida, o necesites consolación, o desees adorar, cuando busques confianza o sientas «necesidad» de entrar en intimidad, ya sabrás a qué salmos o estrofas acudir.
De esta manera, irás poco a poco aprendiendo de memoria estrofas cargadas de riqueza, que te servirán de alimento para cualquier circunstancia. Acaba con un propósito de vida.