viernes, 6 de junio de 2014

LECTIO DIVINA. Amor a un alto precio

INVOCATIO Cristo nos amó derramando su sangre. (apoc 1,5)


LECTIO: Hech 25,13-21. Pablo apresado y juzgado en Roma, víctima de poderes

humanos. Dar la vida le exigirá someterse al martirio. Sal 102,1-2.11-12.19-20. El Señor puso su trono en el cielo. Jn 21,15-19. Pedro aprende de su maestro que amar es dar la vida. .


MEDITATIO: La autoridad civil no busca la justicia del acusado, busca la

buena imagen y la complacencia de la opinión pública. Hay una gran dicotomía entre

la filosofía personalista de las aulas universitarias, cuyo interés es la

persona en sí misma y la filosofía socialista que se vive en la calle, cuyo

interés es la complacencia de la comunidad. Políticamente siempre será más

importante la institución que la persona. Al mundo nunca le ha importado la

suerte del acusado: que se pudra y que pague. 

La clave de este dilema encuentra su luz en la confesión de Pedro. No es

importante lo que hizo sino si ama. Da igual cuántas veces haya negado y

vituperado al Señor, ahora importa cuánto lo ama… Nada tiene que ver si Jesús

le pregunta 3 o 5 veces, el acento está en la certeza del amor. El tono de la

pregunta sube según el tipo del verbo: ¿me estimas? Bueno, sí; ¿Me quieres? Sí,

claro; ¿Me amas? Tú lo sabes todo y sabes que te amo… Jesús se sale por

peteneras… Se esperaría un “yo también, igual, yo más…” y en cambio dice:

entonces “cuida mis ovejas, apaciéntalas”, dales de comer, pero no de cualquier

manera, sino de tu propia sangre. El amor a Jesús no son palabras, son acciones

a favor de los demás. Ahí está el amor a Jesús: dar de comer al hambriento,

vestir al desnudo, visitar al encarcelado y al enfermo, atender al anciano y al

niño, darles todo, dejar el pellejo, hasta que duela, hasta morir en la raya,

hasta el escándalo, hasta morir desangrado. Jesús se esconde en el más

“degenerado”. Está sí en la Eucaristía, pero también en el más necesitado. Amar

a Jesús es no sólo visitarlo en el Sagrario sino dar al necesitado lo que me es

necesario. Bajarme del coche para subir al viajero; vaciar mi despensa para dar

al indigente; reducir mi vestuario para darlo al hospicio; borrar mis títulos

para enseñar en las cárceles; sonreír al enfermo; bailar ante el deprimido;

compartir mi sueldo con el del paro; dejar mi túnica y vestido de noche para

divertir a los niños de la calle; dejar la hamburguesa a medio morder para

donarla en el primer semáforo; usar mis títulos para restaurar al desamparado y

curar al ofensor. Esto y más está dentro de la pregunta de Jesús: ¿Me amas? No,

nadie sienta que está obligado al heroísmo del amor, pero al menos que se

reconozca que el heroísmo es lo más ordinario de un cristiano… El amor antes de

Cristo se entendía como complacencia, correspondencia, hedonismo; pero después

de Él se tiñe de sangre y no puede ser distinto del martirio y del patíbulo por

la simple razón del bien de mi hermano, cualquiera que sea, y más si es

desconocido y mucho más si es un ignominioso.


ORATIO: Señor mío y amor mío, enséñame con sangre la lección del amor.

Que entienda que confesar: “te amo” no son palabras, ni apariencias, sino

cubrirme de rojo, dar la vida, dejar el aliento por el otro. ¡Por qué no lo

entiendo!




CONTEMPLATIO:  Amor a un alto precio


ACTIO:

Ejercicios de caridad. Amar a Cristo es amarlo en

la Eucaristía y en plena calle. Es amar a la familia y al desconocido. Es amar

al que me acaricia y al que me hiere. Es dar, es dar la vida por el otro, sin

importar lo que hizo, sino lo que es: todo ser humano es hijo de Dios. Este sábado iré a visitar el hospital

más cercano, la cárcel de menores, el asilo de ancianos. Prepararé una cena

especial para la muchacha de servicio; invitaré a mendigos y prodioseros de la

calle a comer en mi casa. Acariciar y abrazar al harapiento es tocar la carne

de Cristo. En una reunión o en una recepción, sentarme al lado del que me cae

de la patada. Escribir una carta a quien no soporto.

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