INVOCATIO Cristo nos amó derramando su sangre. (apoc 1,5)
LECTIO: Hech 25,13-21. Pablo apresado y juzgado en Roma, víctima de poderes
humanos. Dar la vida le exigirá someterse al martirio. Sal 102,1-2.11-12.19-20. El Señor puso su trono en el cielo. Jn 21,15-19. Pedro aprende de su maestro que amar es dar la vida. .
MEDITATIO: La autoridad civil no busca la justicia del acusado, busca la
buena imagen y la complacencia de la opinión pública. Hay una gran dicotomía entre
la filosofía personalista de las aulas universitarias, cuyo interés es la
persona en sí misma y la filosofía socialista que se vive en la calle, cuyo
interés es la complacencia de la comunidad. Políticamente siempre será más
importante la institución que la persona. Al mundo nunca le ha importado la
suerte del acusado: que se pudra y que pague.
La clave de este dilema encuentra su luz en la confesión de Pedro. No es
importante lo que hizo sino si ama. Da igual cuántas veces haya negado y
vituperado al Señor, ahora importa cuánto lo ama… Nada tiene que ver si Jesús
le pregunta 3 o 5 veces, el acento está en la certeza del amor. El tono de la
pregunta sube según el tipo del verbo: ¿me estimas? Bueno, sí; ¿Me quieres? Sí,
claro; ¿Me amas? Tú lo sabes todo y sabes que te amo… Jesús se sale por
peteneras… Se esperaría un “yo también, igual, yo más…” y en cambio dice:
entonces “cuida mis ovejas, apaciéntalas”, dales de comer, pero no de cualquier
manera, sino de tu propia sangre. El amor a Jesús no son palabras, son acciones
a favor de los demás. Ahí está el amor a Jesús: dar de comer al hambriento,
vestir al desnudo, visitar al encarcelado y al enfermo, atender al anciano y al
niño, darles todo, dejar el pellejo, hasta que duela, hasta morir en la raya,
hasta el escándalo, hasta morir desangrado. Jesús se esconde en el más
“degenerado”. Está sí en la Eucaristía, pero también en el más necesitado. Amar
a Jesús es no sólo visitarlo en el Sagrario sino dar al necesitado lo que me es
necesario. Bajarme del coche para subir al viajero; vaciar mi despensa para dar
al indigente; reducir mi vestuario para darlo al hospicio; borrar mis títulos
para enseñar en las cárceles; sonreír al enfermo; bailar ante el deprimido;
compartir mi sueldo con el del paro; dejar mi túnica y vestido de noche para
divertir a los niños de la calle; dejar la hamburguesa a medio morder para
donarla en el primer semáforo; usar mis títulos para restaurar al desamparado y
curar al ofensor. Esto y más está dentro de la pregunta de Jesús: ¿Me amas? No,
nadie sienta que está obligado al heroísmo del amor, pero al menos que se
reconozca que el heroísmo es lo más ordinario de un cristiano… El amor antes de
Cristo se entendía como complacencia, correspondencia, hedonismo; pero después
de Él se tiñe de sangre y no puede ser distinto del martirio y del patíbulo por
la simple razón del bien de mi hermano, cualquiera que sea, y más si es
desconocido y mucho más si es un ignominioso.
ORATIO: Señor mío y amor mío, enséñame con sangre la lección del amor.
Que entienda que confesar: “te amo” no son palabras, ni apariencias, sino
cubrirme de rojo, dar la vida, dejar el aliento por el otro. ¡Por qué no lo
entiendo!
CONTEMPLATIO: Amor a un alto precio
ACTIO:
Ejercicios de caridad. Amar a Cristo es amarlo en
la Eucaristía y en plena calle. Es amar a la familia y al desconocido. Es amar
al que me acaricia y al que me hiere. Es dar, es dar la vida por el otro, sin
importar lo que hizo, sino lo que es: todo ser humano es hijo de Dios. Este sábado iré a visitar el hospital
más cercano, la cárcel de menores, el asilo de ancianos. Prepararé una cena
especial para la muchacha de servicio; invitaré a mendigos y prodioseros de la
calle a comer en mi casa. Acariciar y abrazar al harapiento es tocar la carne
de Cristo. En una reunión o en una recepción, sentarme al lado del que me cae
de la patada. Escribir una carta a quien no soporto.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario