INVOCATIO: Señor, escucha mis palabras, atiende mi
lamento.
LECTIO: Est 4,17. La reina Ester ante el peligro mortal del enemigo, se refugia en el Señor
como única esperanza. Sal 137,1-6. Tu mano, Señor, nos pondrá a salvo. Mt 7,7-12. Pidan y se les dará, busquen y encontrarán, toquen y se les abrirá.
MEDITATIO: Se dice que la esperanza es lo último que se pierde y que no
hay peor lucha que la que no se hace. La Reina Ester se encuentra en una
situación crucial. Los enemigos ya están a la puerta. Ella necesita un aliado
para proteger a su pueblo. Contra cualquier expectativa, la Reina no pide
auxilio a los reinos vecinos, se refugia en la oración y su primer aliado es
Dios. No es algo que se pueda ver hoy día en los políticos y hombres de
gobierno. Dios no está de moda y de un Dios invisible no cabe esperar nada. Independientemente
de la historia de la Reina Ester, no existe ser humano alguno que no necesite
alguna vez de ayuda. En el siglo XXI, el hombre pone su esperanza en las cosas
materiales. Ante una enfermedad crucial acude a los mejores doctores
especialistas del mundo. Ante un quiebre económico, acude a un banco para pedir
un préstamo. Ante una decepción amorosa, ante una crisis depresiva o de
ansiedad, acude al psiquiatra. El mundo no se hace mejor por arte de magia, ni
por el copete de un presidente. Se pide mucha precisión a la hora de describir
los problemas, elegir las mejores soluciones y aplicarse en el trabajo y
optimización de los procesos. Pero, la virtud de la esperanza ¿qué fundamento
tiene? ¿Cabe esperar en un mundo mejor? ¿De quién depende? Cuando Jesús viene al mundo, los romanos
habían invadido a Israel y habían instituido un procurador para lograr la sumisión
del pueblo elegido y la recaudación del debido impuesto a Roma. El golpe era
duro. ¿Cómo confiar en un Dios que se hace llamar el Señor de los ejércitos, el
Todopoderoso cuando de su pueblo elegido se han seguido sequías, deportaciones,
esclavitud e invasión del enemigo? La situación era francamente de gran
decepción y desánimo. Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios vivo, entonces toma la
palabra y les asegura: Pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se
les abrirá. ¿Qué padre de familia, si su hijo le pide pan, le dará una piedra?
¡Si eso sucede en la tierra donde la gente es mala, con cuánta mayor razón el
Padre del cielo dará cosas buenas a quienes le pidan! La fidelidad de un Dios
Padre fundamenta toda esperanza. Un hijo espera en las promesas de papá. Pero
aunque un padre terreno hiciera falsas ilusiones, nunca se ha visto que Dios
falle en sus promesas. Por eso, el cristiano ante cualquier circunstancia
adversa no puede caer en la tristeza ni en la desesperación. Un cristiano
deprimido es una contradicción. Un cristiano triste es un triste cristiano. La
esperanza en un Dios que es padre lo ha de alentar ante los malos momentos, los
apuros económicos, las amistades fallidas, las faltas propias. En un mundo que
ha puesto la esperanza en las cosas deleznables, en el dinero que se acaba, en
el poder movedizo, en el aplauso que se esfuma, el cristiano ha de ser fuente y
signo de esperanza. En un mundo que nada espera del más allá, el cristiano
surge como un recinto sagrado que invita a esperar contra toda esperanza.
ORATIO: Bendita sea tu pureza y
eternamente lo sea, pues todo un Dios se recrea, en tan graciosa belleza. A ti
celestial Princesa, amada Virgen María, te ofrezco en este día alma vida y
corazón. Mírame con compasión, y no me dejes Madre mía hasta morir en tu amor.
Amén.
CONTEMPLATIO: Contra toda esperanza
ACTIO: Ejercicios de Esperanza. 1. Se supone la fe
en un Dios que es Padre providente. 2. Se supone el amor en un Dios bueno que
me ha amado primero. 3. Espero en ti porque eres fiel a tus promesas. 4. Espero
en ti porque me tienes preparado el cielo. 5. Espero en ti porque Tú eres la felicidad
misma que me has prometido. 6. Espero en ti porque estoy cierto de obtener
cuanto te pida para mi salvación eterna.
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