INVOCATIO: Señor, defiende a tu pueblo y purifícalo de
su pecado.
LECTIO: Jon 3,1-10. Jonás anuncia la destrucción de Nínive. Los ninivitas con el rey a la
cabeza se arrepienten y Dios se apiada. Sal 50,3-4.12-13.18-19.
El Señor no desprecia un corazón contrito. Lc 11,29-32. La gente pide un signo y
no se le dará más que el de Jonás.
MEDITATIO: Según lo descrito por Jonás, Nínive era una ciudad grandiosa y
muy extensa. No bastaban tres días para recorrerla a pie. Situada en las
inmediaciones del rio Tigris, hoy Irak, era una ciudad muy comercial para todas
las rutas entre el Mediterráneo y el Índico. En el mundo bíblico, de la
historia de la salvación, Nínive representa una ciudad enemiga para el pueblo
elegido de Israel. Impresiona que a pesar de la hostilidad hacia Israel y el
grado de corrupción y depravación de la ciudad, el Dios de Israel quiera
salvarla. La ciudad pagana reaccionó al mensaje funesto de Jonás y desde el
mayor hasta el más pequeño, todos ayunaron y se vistieron de sayal y de ceniza.
Muchos creen que la ceniza en el primero de los días de cuaresma, indica el inicio
de un período sin caramelos, sin películas y sin otras concesiones lícitas,
pero en realidad la ceniza pone una marca notoria de lamentación y desdén por
las acciones impropias contra la ley de Dios. Y aunque cueste creerlo, de todos
los días del año es el de mayor flujo de fieles. Sin duda para un mundo
incrédulo y difidente del Creador del universo, este es un signo inequívoco de
un corazón popular repleto de temor y de amor, de arrepentimiento y
satisfacción, de penitencia y purificación delante de su Dios. Y es que la
ceniza pinta la frente y cae, pero marca y señala la conversión. 21 siglos
después de la venida del Señor, el planeta sigue pidiendo señales de arriba,
pero no se le dará más que la de Jonás. Jonás pasó tres días dentro de una
ballena, figura del mismo tiempo que transcurrió el hijo de Dios, muerto, en el
seno de la tierra. La única señal dada a la humanidad es la de Jonás, la señal
de la muerte y la resurrección. En medio de una civilización avocada a la
evidencia, fundada en los resultados e impulsada por la eficacia de los hechos,
el cristiano va con el signo de la cruz, la marca del bautismo, el apellido
divino, el aire de familia. Para muchos, tal vez la mayoría del mundo secular,
la señal de la cruz no es ninguna señal. Pero para el cristiano común y
corriente, toda acción, todo proyecto, toda iniciativa arranca con y por la
señal de la cruz, desde la frente, sede del pensamiento, pasando por el estómago,
donde residen los sentimientos, siguiendo por los hombros que protegen los
deseos del corazón, y culminando con la boca donde se expresan las palabras. En
el año 313, según la historia, se le apareció al emperador Constantino, una
cruz en el cielo, con un emblema que decía: “in hoc signo vinces”; bajo este
signo vencerás. Y ganó la batalla contra Majencio. Desde entonces la cruz es el
único signo que se le dará a todo cristiano, porque encierra no sólo la
ignominia de la muerte sino la gloria de la resurrección. Lo que antes fuera la
ceniza, hoy es la cruz, pues si de la ceniza de la muerte surge la resurrección
de los cuerpos, de la cruz muere el Hijo de Dios hecho pecado por el hombre y
surge victorioso el Cristo Resucitado. Santo y seña.
ORATIO: Padre
nuestro, bendice mis pensamientos para entender el mundo como tú lo entiendes.
Bendice mis deseos para convertir mi corazón a ti. Bendice mis sentimientos
para sentir y ver a las personas como tú las sientes. Bendice mis palabras para
hablar como hablas tú y tener siempre en mis labios el bendito nombre de Jesús,
tu Hijo y mi Señor. Que el signo de la cruz me acompañe y bendiga siempre mis
pensamientos, palabras y obras.
CONTEMPLATIO: Santo y seña
ACTIO: Ejercicios. La cruz signo de muerte al pecado y vida para Dios.
La cruz signo de penitencia y alegría de resurrección. La cruz signo de
conversión del corazón. La cruz signo de la presencia permanente de Dios en la
vida del hombre. Persignarse antes y después de cada acto, cada actividad, para
pedir la bendición de Dios, la conversión del corazón y la fecundidad de vida.
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