INVOCATIO: Estaré con él en el peligro. Lo defenderé.
LECTIO: Gn 2,7-9;3,1-7. La creación, la tentación y caída de Eva y Adán. Sal 50,3-6.12-14.17.
Piedad, Señor, pecamos contra ti. Rom 5,12-19. Por un solo hombre entró
el pecado en el mundo y por el pecado la muerte de todos. Mt
4,1-11. Los fariseos protestan porque Jesús come con
publicanos. Jesús responde que son los enfermos quienes necesitan al médico.
MEDITATIO: La tentación es la condición más ordinaria de la existencia
humana y pone de relieve la malicia astuta y pertinaz del tentador. Al relato
de la creación de Adán y Eva le sigue de inmediato la insidia de la serpiente
embaucadora y funesta. En el jardín del Edén todo era inocente y paradisíaco.
No existía ni el frío ni el calor, ni la ignorancia, ni la fatiga, ni el
aprendizaje, ni la malicia. Satán tuvo envidia y se deslizó por los parajes de
fruta y de verdor para echar el veneno de la ambición, de la soberbia y de la
vanidad. “Serán como dioses”. Y después de morder la manzana, de la inocencia
surgió la concupiscencia, se hizo necesario el trabajo fatigoso, el parto con
dolor, apareció la desnudez, la vergüenza y la enfermedad que acarreó la
muerte. Las tres tentaciones de Jesús reflejan el largo camino que los judíos
recorren por el desierto, sus ambiciones de comida, de riqueza y de poder. El
desierto, a su vez, recuerda la primera tentación. Por un solo hombre entró el
pecado en el mundo y por el pecado la muerte, y así pasó la muerte a todos los
hombres, porque todos pecaron. El Espíritu Santo conduce a Jesús al desierto
para ser tentado. Es la presentación del Justo ante el desafío del poder de las
tinieblas. El desierto encierra ante todo una soledad aterradora. No hay nada,
más que tierra, viento y sol, falta el agua que pinta de verde la naturaleza,
no hay apariencia de vida alguna, todo guarda silencio y las únicas voces son
las del corazón. Y ahí en la desnudez y la nada, aparecieron las raíces de toda
tentación: la riqueza en forma de pan, la vanidad del prestigio y el poder del
dominio sobre los demás. Cuando los bienes materiales abundan y se tiene todo,
Dios no es necesario. Cuando resuena el prestigio y la fama, cuando todo mundo
tiene al ídolo en los labios, Dios baja a segundo o último plano. Cuando se
experimenta el poder sobre los demás, en la familia, en la comunidad, en el
trabajo, las ínfulas crecen y Dios también es sometido y domesticado. Es fácil
enumerar tipos y formas de tentación, pero sin duda la más terrible de todas
debió ser cuando el Hijo de Dios visualiza el futuro de la redención y sabe que
en muchos casos, su sangre caerá por tierra inútilmente. ¿Para qué tanto
esfuerzo, tanto dolor, tanto preparativo, si al final tantos no lo conocerán,
tantos pasarán indiferentes, tantos no aceptarán, tantos renegarán del Hijo
de Dios? Es la mayor de la tentaciones:
el príncipe de este mundo en saga, en el espectáculo de una humanidad en medio
del desierto, que niega o rechaza la redención y el perdón de los pecados. Todo
un desierto de tentaciones.
ORATIO: Señor Jesús, venciste,
derrotaste al enemigo, nos enseñaste cómo se lucha contra el espíritu del mal.
Gracias Señor, construye en mí un corazón como el tuyo. Dame el rigor de la
soledad y del silencio del mundo para encontrarte a ti. Fortalece mi voluntad
para resistir los embates del enemigo de mi alma. No quiero ni riquezas, ni
prestigios ni poderes. Te quiero a ti, Señor.
CONTEMPLATIO: Desierto de tentaciones
ACTIO: Ejercicios. 1. Ser conducido por el Espíritu al desierto, al
silencio, a la soledad. La cuaresma tiempo de ejercicios espirituales, de
retiro y oración. 2. Vencer la tentación del comer a todas horas, comer bien,
comer abundante, comer exquisito. Hacer con frecuencia ayunos de un día entero
para experimentar el hambre por amor a Dios. 3. Vencer la tentación de la
vanagloria. Que me consideren, que hablen de mí, que me tengan en cuenta. No
querer aparecer, retirarse al último lugar. 4. Vencer la tentación de la
avaricia. “Seréis como dioses”.
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