miércoles, 18 de diciembre de 2013

LECTIO DIVINA Madre sí, pero Virgen también




INVOCATIO: La Virgen concebirá y dará a luz un hijo, el Emanuel.


LECTIO Jer 23,5-8. ¡Suscitaré para David un retoño y un germen de justicia. Sal 71,1-2.12-13.18-19. Concede, Señor, tu justicia al Rey, tu rectitud al hijo de

reyes. Mt 1,18-24. María concibió un hijo por obra del Espíritu Santo.




MEDITATIO: Para el tiempo en el que escribe Jeremías su libro, Israel

está hasta la saciedad de reyes corruptos y de condiciones de vida áridas y

austeras. El Señor de los ejércitos sale al paso con palabras de esperanza y

promesas siempre cumplidas. Para el pueblo el símbolo máximo del profetismo es

Elías, el de la ley es Moisés y el de la monarquía que rige a Israel es David.

En este trance la promesa puntual del Dios de Abraham es suscitar en el tronco

de David, un retoño y un germen de justicia. El salmo repite la súplica de la

justicia y la paz para el rey que ha de regir el destino del pueblo elegido.

Que Dios conceda su justicia al Rey, su rectitud al Mesías, hijo de reyes. El

marco profético y de promisión es perfecto para la pluma de Mateo, aquel

publicano y recaudador de impuestos, alucinado por el Maestro.  Antes acostumbrado a exigir la paga y hábil

en el arte de la extorsión y del chantaje, ahora experto en la argumentación de

la Palabra del cielo. No la tiene fácil pues tendrá que convencer al mundo que

María, encontrada encinta –por obra del Espíritu Santo- dará a luz un hijo y le

llamará Jesús, que significa el Ungido. La profecía de Isaías dirá el Emanuel,

que significa Dios con nosotros. En la antigüedad, los reyes eran ungidos con

aceite de oliva. Es precisamente el gesto que cumple el sacerdote al bautizar a

una criatura, ungirlo con el crisma de los reyes, para que el aceite sirva de

ungüento que tonifica y fortalece los músculos, para que su cuerpo sirva de

lámpara encendida con aceite y para que ese aceite, símbolo de Jesús, el ungido

sirva también de alimento sagrado. En ambos pronunciamientos, el del ángel a

José y el de Isaías al pueblo, se encuentran enunciados dos dogmas marianos, el

de la maternidad divina y el de la virginidad antes, durante y después del

parto. El dilema es importante: o es virgen o es madre. En el antiguo Israel la

virginidad era un oprobio y una desgracia; por el contrario ser madre era el

culmen de la fascinación y aspiración de una mujer; ni se diga ya lo increíble

que tendría el ser madre del Mesías esperado. ¿Cómo entonces se podría revelar

al mundo que Dios quería unir en una persona, el desprecio de la Virginidad con

la aspiración máxima de la maternidad? Isaías, desconocedor del misterio, sólo

lo enuncia y con toda razón, su libro gana el título de protoevangelio; Mateo

la tiene difícil, pero con habilidad lo plantea, en el contexto de una sospecha

por parte de José, que era justo y bueno. La afirmación doble de la acción del

Espíritu Santo en la declaración del ángel y en la cita del profeta Isaías

tranquilizan a José y a todo el pueblo cristiano y suscitan una gran admiración

por esta joven valiente y candorosa que supo dejarse conducir por el Espíritu

divino sin hacer caso del ruido de la opinión pública, los señalamientos de

protesta, de burla y condenación, que aún persisten en el Siglo XXI contra ella. 


ORATIO: Padre del cielo, ¿quién no

vive momentos de turbación interior, de duda, de temor, de tribulación y noche

oscura? Pero yo sé que Tú, que eres padre bueno, nunca dejas el alma a su

suerte. Señor Jesús, contigo a mi derecha, ¿qué cosa puedo temer tan tremenda?

Espíritu de amor, luz de mi conciencia, lámpara ardiente de todo amor, qué

problema o situación en este mundo podría quedar a oscuras? Dame un corazón

como el de tu Madre, mi dulce madre, para buscarte siempre a ti por encima de

cualquier enigma y desazón interior. Te doy gracias por contar con una madre

tan hermosa y humilde.


CONTEMPLATIO:  Madre sí, pero Virgen también 



ACTIO:

Ejercicio de rectitud de

intención: Es una de las virtudes qué más agradan al corazón de Dios. Buscar el

parecer divino. Los juicios de Dios no son los de los hombres y sus caminos no

son los del mundo. A veces hay plena contradicción. El mundo tiende a buscar la

moda, el parecer humano, las costumbres y tradiciones populares. En el fondo de

la conciencia Dios siempre enciende su lámpara de aceite. Buscar agradar a Dios

y no a los hombres. Buscar el juicio de Dios, el criterio del Evangelio, el

beneplácito de su mirada por encima del juicio, el criterio y el parecer del mundo.

Una aplicación muy práctica es la planificación familiar en las parejas

jóvenes. Buscar la luz del Evangelio, de la Tradición de la Iglesia, del

Magisterio del Papa y no la facilidad de la técnica y medicina moderna que

prescinden de la moral. 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario