INVOCATIO: ¡Ten piedad de mí, Dios mío!
LECTIO: 1Sam 24,3-21. Saúl reúne a tres mil hombres selectos para matar a David. Sal 56,2-4.6.11.
Ten piedad de mí, Dios mío. Mc 3,13-19. Jesús llamó a los que Él
quiso.
MEDITATIO: La biblia no es un libro de historia, pero contiene historia.
Saúl existió y fue rey de Israel, pero por aquellas épocas, los reyes no se
heredaban el trono; de la monarquía se encargaba el mismísimo Dios y Él elegía
al soberano. Así sucede que mientras Saúl reina, David, aún corto de edad, es
ungido nuevo rey de Israel. Como habría de esperarse, la envidia hizo de las
suyas y Saúl perseguía la ocasión para quitar de en medio a quien pretendía
sentarse en su trono. El decreto divino habría de cumplirse, pero Saúl
ostentaba ante la comunidad la corona y se rehusaba a entregarla, en contra del
querer de Dios. No es difícil ver cómo se entretejen dos libertades, la
soberana de Dios y la caprichuda del hombre en un libro sagrado con el propósito
de revelar el corazón de Dios con vicisitudes humanas. En este contexto, Saúl,
envidioso y rebelde, alista un ejército de tres mil hombres para salir en
emboscada contra David y matarlo. Parece que no ha entendido la lección venida
del cielo. Un chiquillo del campo, desconocedor de las artes militares, dio
muerte al soldado más imponente del ejército enemigo. Ni tres mil ni tres
millones de ejércitos podrán matarlo si Dios está con él. Diez siglos después
de esta historia macabra, aparece otro rey, El rey de los judíos y todo el
pueblo instigado por los fariseos, querrá matarlo. La historia es muy distinta
y el contexto no es de guerra. Este monarca de aspecto carpintero y sin trono reina
con el corazón y su reino es reino de amor. En cuanto quieren matarlo se parece
a David; en cuanto es líder y alista un ejército se parece a Saúl, con la
diferencia que uno llama para matar y el otro para dar vida. Uno para defender
su trono, el otro para enseñar el desprendimiento. Uno para descargar envidia,
el otro para mostrar amor. Uno para llamar a un tumulto sin nombre y sin más
estandarte que la muerte, el otro para llamar a los que él quiso, cada uno con
nombre y apellido y con el fin de dar vida. Los ha llamado para que den fruto
abundante y duradero. Llamó a doce como doce eran las tribus de Israel. En los
doce están cada uno de los cristianos, cada uno de los nombres que se
pronuncian en la pila del bautismo. En los doce están los miles de millones
alistados para la batalla del amor, los que estarán en primera fila, dispuestos
al martirio; y los misioneros, que irán a otras tierras a conquistar; y los
predicadores y los evangelizadores y cada cual con una misión escrita con el
dedo de Dios en el alma. Llamados para dar vida, para implantar un reino nuevo,
un reino sin trono ni fama, una monarquía sin pompa ni gala. Un reinado de vida
y de amor por la calle y para todos los pueblos. Un reinado sin títulos ni
privilegios ni prebendas. Un reinado al alcance de todos los hombres, porque
llamo a los que quiso y quiso a todos. Llamar para dar vida en la caridad
verdadera.
ORATIO: Jesús,
Rey del Universo, Señor de la vida y de la historia, me has llamado, has
pronunciado mi nombre, te has fijado en mí para asociarme a tu reino por medio
del bautismo. Aquí estoy para proclamar el año de gracia, para anunciar mi
origen y destino, para luchar por extender tu reino de justicia y de paz.
CONTEMPLATIO: Llamar para matar y para dar vida
ACTIO: Ejercicio. Cada cristiano está llamado por
nombre. Llamado a una misión, ir por todo el mundo y anunciar el evangelio.
Llamado para librar una batalla, la del amor. ¿Cómo se traduce esto en la vida
real? ¿Te sientes llamado? ¿Tienes en la vida práctica esa misión? ¿Te ves
soldado, en lucha? La respuesta a estas preguntas dan la mística del cristiano.
Responde hoy en oración delante del rey.
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