viernes, 31 de enero de 2014

LECTIO DIVINA Sembrar mostaza, cosechar piedad

INVOCATIO: Piedad, Señor, porque he pecado.

 

LECTIO: 2Sam 11,1-4.5-10.13-17.27. David deja embarazada a Betsabé, esposa de Urías, el hitita; A éste lo manda a primera fila para que lo maten.Sal 50,3-7.10-11Ten piedad, Señor, por tu bondad, porque he pecado. Mc 4,26-34. El Reino de los cielos se parece a un hombre que echa la semilla en la tierra.

 

MEDITATIO: Existe un vínculo profundo y moralizante entre las lecturas de hoy. Es como una invitación a elegir entre dos estereotipos. David o Jesús; el reino de la tierra o el de los cielos. En muchas ocasiones David es figura de Jesús. Ambos son reyes, los dos levantan un reino de las cenizas, tienen la misma cuna y a uno y otro, de modo distinto les espera una tarea mesiánica. La primera lectura habla del pecado de David y las consecuencias para el reino de Israel. El evangelio habla de la semilla del Reino que Jesús esparce en la tierra. La semilla que echa el Nazareno, con ser la más pequeña llegará a ser un árbol grande y frondoso que cubra con sus ramas el planeta entero.  David fue ungido rey de Israel cuando apenas cumplía los quince años. No tuvo escuela, salió del campo y del pastoreo como un producto bruto y salvaje. Poco se habla de su espíritu religioso. Fue un rey grande porque logró unificar el reino de Israel, pero muy mediocre como persona; salvando sus habilidades para la música y la poesía, David fue un mujeriego de al menos 8 esposas; un lujurioso de innumerables concubinas; un criminal despiadado al matar al esposo de su amante y a su propio hijo Absalón; un orgulloso y engreído por los éxitos de guerra. Un reino manchado de sangre y crimen el de David. Un reino de justicia y de paz, de amor y de gracia el de Jesús. El pecado de David es clamoroso, no por la lujuria y el abuso, sino por el asesinato de Urías. Y el pecado de David no es mayúsculo por ser de un rey, es mayúsculo porque es pecado. Y el pecado ofende igual si es de un rey o de un vasallo, de un blanco o de un negro, de un profesor o de un alumno, de un sacerdote o de un feligrés, de un hombre o de una mujer, de un libre o de un esclavo, de un santo afamado o de un libertino empedernido. En el tiempo del Rey David, el pecado de adulterio se pagaba con la muerte, pero no del varón, sino de la mujer. Injusticias humanas, miopías sociales, aberraciones legales. Cuando David embaraza a Betsabé, le preocupaba que la lapidaran y entonces manda llamar al esposo que está en batalla para que se acueste con ella y así no se sepa del adulterio. Pero Urías, lúcido o ebrio, jamás bajó a su casa. Entonces, el rey lo mandó a la primera fila de guerra para que muriera. A veces las expectativas sobre las personas hacen más grandes las hazañas y perores los pecados. Pero para Dios todos son igualmente hijos y el pecado del hijo menor le ofende tanto cuanto el del mayor. El pecado hiere el corazón del Padre sin importar quién lo cometió y con qué arma. Y sin embargo el rey perverso en el pecado, es el Santo profeta David en el arrepentimiento. David pasará a la historia no como pecador malvado sino como el gran rey arrepentido. Y allá en lo alto no andan a la caza de malvados, sino en rescate de los caídos. El reino de los cielos se parece a la semilla que echa el sembrador en la tierra y también al pastor que deja las noventa y nueve ovejas en búsqueda de la perdida. En el Reino con mayúscula se siembra mostaza y se recoge piedad.

 

ORATIO: Eres, Señor, lento a la ira y rico en piedad. Ninguna culpa nuestra por más grande, puede contra la semilla más pequeña de tu amor. Tu misericordia no conoce fronteras. Has sembrado sólo amor, amor y más amor y tu siembra sería para recoger mucho amor. Cosechas, en cambio, Padre de bondad, la abundancia de tu misericordia y las migajas de nuestro amor.

 

CONTEMPLATIO:  Sembrar mostaza, cosechar piedad

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ACTIO: Ejercicio de arrepentimiento. En el Reino, Dios siembra amor y cosecha piedad. Estos son los ejercicios para entrar en el Reino de Dios. 1. Oración de arrepentimiento con el salmo 50. 2. Arrepentirse de los errores, de la inconciencia, de la malicia, del pecado. 3. Suplicar la piedad de Dios, su compasión, su misericordia. 4. Sentir y experimentar el bálsamo de su perdón, la reconciliación con el Amor de Dios. 5. Alegrarse y exaltar la compasión de Dios que convierte al pecador en santo.

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