lunes, 27 de enero de 2014

LECTIO DIVINA Pecado contra el Espíritu de Dios

INVOCATIO: Canten al Señor un canto nuevo, cante al
Señor toda la tierra.



LECTIO: 1Sam 5,1-7.10. David es proclamado rey y reconocido pastor del pueblo de Israel. Sal 88,20-22.25-26.
Impuse la corona a un valiente, exalté a un
guerrero. Mc 3,22-30. Jesús es
acusado de estar poseído por Belcebú y expulsar espíritus en su nombre.



MEDITATIO: David asume el poder sobre las tribus del norte y del
sur,  conquista Jerusalén y así construye
el reino de Israel. David nació en Belén de Judá, como Jesús. David fue
coronado rey como Jesús. David fue reconocido Pastor del pueblo como Jesús.
Pero el rasgo que me asemeja a los dos personajes es el rechazo de Jerusalén,
la capital santa. El rey, ataviado con todos los instrumentos de guerra, con
ejércitos en orden de batalla, avanzó sobre Jerusalén, contra los Jebuseos. Los
Jebuseos eran una tribu cananea que habitaba la región donde hoy está asentada
Jerusalén. Ellos son los fundadores de esta ciudad que en el año 3000 AC se
llamaba Jebús y posteriormente Ur-Salem. A la luz de esta controversia se
entiende mejor cómo Jesús se asentó para vivir, no en la ciudad santa, sino en
Cafarnaúm, para después subir a conquistarla, no con armas, ni ejércitos, sino
con el amor. Jesús murió en Jerusalén por amor a la humanidad con el título de
Rey de los judíos. La gran oposición del Señor fueron los fariseos, los
saduceos, los doctores de la ley, porque el Maestro suponía una forma nueva de
vivir el Reino, no con la violencia de las armas, al estilo de los monarcas del
mundo, sino con la mansedumbre y la caridad hacia los más necesitados; no con
el sometimiento forzado, sino con el desprendimiento y el regalo de todo a los
pobres; no con ejércitos que matan, saquean e invaden sino con el amor al
enemigo. Cuando Jesús predica con autoridad y cura todo tipo de enfermedades,
cuando todos asienten a su palabra y las tempestades y los vientos le obedecen,
cuando los milagros se producen a diario incluido el sábado y los demonios
huyen de su presencia y se despeñan, entonces los Fariseos sienten que deben
parar la dinamita del nazareno. No hubo mejor ocurrencia que la calumnia y el
desprestigio, lo cual en su tiempo debía ser castigada con la lapidación.
“Éste, dicen, echa a los demonios con el poder del príncipe de los demonios”.
Jesús no se inquieta, pero sí desenmascara su falacia y de paso pone en guardia
sobre el pecado imperdonable contra el Espíritu Santo. Mucho se ha dicho al
respecto. En síntesis no consiste en proferir palabras insultantes, sino en
confundirlo con la acción satánica, en no reconocerlo cuando es tan evidente.
Es el Espíritu de Dios quien conduce a Jesús. Es el Espíritu de Dios quien une
al Padre con el Hijo por amor. Es el Espíritu quien cubre a María con su sombra
para traer el Rey al mundo. Es el 
inspiración, de todo amor, de todo aliento de vida. Negarlo, no
reconocerlo o confundirlo con algo diabólico habría sido imperdonable. Y sería
imperdonable no porque la Misericordia de Dios conozca fronteras, sino porque
quien peca contra el Espíritu de Dios no quiere ser perdonado porque lo
desconoce, lo ignora, lo niega. 



ORATIO: Señor
Jesús, gracias por revelarme tu Espíritu de Amor, sin Él no tendría un corazón
para amarte y para entregar mi vida por ti. Gracias por revelarme tu Espíritu
de Verdad, sin Él no tendría una inteligencia para conocerte y para comunicarte
a mis hermanos los hombres. Gracias por revelarme tu Espíritu de Luz, sin Él no
tendría una conciencia para percibir tu gracia y bendición sobre mi vida y
camino; ni tendría luz para iluminar a mis hermanos. Gracias de verdad.



CONTEMPLATIO:  Pecado contra el Espíritu de Dios




ACTIO: Ejercicio. Conocer, tener en cuenta, invocar
y confiar en el Espíritu Santo. El inspira todo conocimiento de la verdad. El
infunde todo destello de amor. El ilumina todo camino para despejar la tiniebla
del error, del descuido, del pecado. El concede todo impulso de vida, de
alegría y de paz. Conocerlo, amarlo, invitarlo para ser huésped del alma y
aliento de vida divina en el alma. 







                          

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