INVOCATIO: Toda la tierra se postra ante ti y canta en
honor de tu nombre.
LECTIO: Is 49,3-19. El Señor me formó desde el vientre materno para que yo sea su servidor. Sal 39,2-4.7-10. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad. 1Cor 1,1-3. Pablo saluda a los que
han sido santificados en Cristo Jesús y llamados a ser santos. Jn
1,29-34. Juan vio y conoció a Jesús y es testigo de Él.
MEDITATIO: Las lecturas presentan el
programa salvífico de Dios. Un plan trazado desde toda la eternidad con todo
cuidado y premura. Primero está el llamado desde el vientre materno para ser
santos al precio de un sacrificio y la disponibilidad incondicional de la
obediencia. Pero luego está una voluntad misteriosa del Altísimo capaz de amar
a la creatura con locura y pasión al grado de entregar al propio Hijo, como
cordero al sacrificio, para purificar al mundo del pecado con su sangre
inocente y humilde. Parece sencillo, pero no debe ser tan fácil cuando todavía
en el siglo XXI el cordero sigue sangrando para quitar el mal en el planeta
Tierra. La edad sólo tiene significado en el mundo físico, pero el amor de Dios
por su creatura no ocupa lugar ni tiene tiempo. En la antigüedad todos los
judíos ofrecían sacrificios rituales y expiatorios. El cordero de Pascua tenía
la función de aplacar la molestia de Dios sobre la infracción de la ley. Sucedió,
entonces, que cuando Dios decidió liberar a su pueblo cautivo por los Egipcios,
ordenó a los judíos inmolar por familia un cordero “sin mancha, macho, de un
año”, indicándoles marcar con la sangre del cordero sacrificado el dintel de la
puerta para que el Ángel exterminador los perdonara cuando esa noche viniera a
herir a los primogénitos egipcios. Desde ese momento, la sangre del cordero
tuvo para los israelitas valor redentor. El pecado tuvo su cuna cuando la
creatura desobedeció, pero la pasión del amor de Dios siempre ha sido tan
eterna cuanto Él. Y mientras la creatura peca, Él borra pecados. El mundo
parece afanarse por inventar pecado, y mientras sus inventos resultan faltos de
ingenio y brillo, la misericordia divina con elegancia inusitada, presenta un
corderillo para el matadero; su sangre será más que suficiente para un pecado
viejo, rutinario y revenido. El hombre parece no advertir la sangre del cordero
sobre sus ropas. Cansado y hastiado del color púrpura se ha visto confundido en
su propia identidad. No se sabe él mismo, si macho, si hembra, si en medio de
los dos. La familia tradicional sufre la misma crisis, ahora se dan dos papás o
dos mamás y un par de hijos adoptados, y el resultado final es que ni hay
papás, ni hijos, ni abuelos. La sociedad está conociendo nuevas formas de
desarrollo con la globalización, el microcrédito, la legalización de la droga
blanda y la invasión masiva e inapelable del crimen organizado. La humanidad se
encuentra en números rojos y lo mismo desconoce su origen que se muestra
incierta respecto a su destino. En todo este panorama el pecado parece ganar el
campeonato y Dios esconderse tras las bambalinas. Pero es sólo apariencia, pues
Jesús ha venido al mundo a quitar todo pecado, superar la ambición y la
injusticia, pacificar los enfrentamientos descomunales, solucionar los
problemas acuciantes de la humanidad, aliviar el dolor y vencer la muerte. Un
simple cordero.
ORATIO: Dios todopoderoso y eterno, que
gobiernas el cielo y la tierra, escucha las súplicas de tu pueblo y concede tu
paz a nuestro tiempo
CONTEMPLATIO: Un simple cordero quita todo el pecado del mundo
ACTIO: Ejercicio. Dejar de pensar sólo en el
egoísmo y en el bienestar. Jesús vino al mundo a sacrificarse como un
cordero. Valorar ese sacrificio porque
es la cena del cordero, la Eucaristía. Visitar diariamente la Eucaristía para
agradecer su sacrificio. No perder jamás una Misa dominical.
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