INVOCATIO: Que todos los reyes de la tierra le rindan
homenaje y le sirvan todas las naciones.
LECTIO: Is 60,1-6. ¡Levántate, resplandece, porque llega tu luz y la gloria del Señor brilla
sobre ti. Sal 71,1-2.7-8.10-13. Que todos
los reyes de la tierra le rindan homenaje. Ef 3,2-6. Por medio de una revelación se me dio a conocer el
misterio. Mt 2,1-12. Cuando
vieron la estrella se llenaron de alegría y, al entrar en la casa, encontraron
al niño con María, su madre, y postrándose, le rindieron homenaje. Luego,
abriendo sus cofres, le ofrecieron dones: oro, incienso y mirra.
MEDITATIO: Llegada la plenitud de
los tiempos envió Dios a su único Hijo, nacido de mujer. En realidad nada se
sabía de la plenitud de los tiempos, lo único cierto y seguro era que vendría
el Mesías, el pacificador que habría de liberar a Israel de toda esclavitud,
enfermedad y dolor. La noticia de la venida del Mesías se quedaba en casa
judía, custodiada por un celo exquisito de exclusividad y privilegio del cielo.
Sin embargo esta revelación bíblica, como todo el conjunto de la revelación
quedaba muy incompleta sin la venida misma de la Palabra, plenitud de la
manifestación de Dios al hombre. Incompleta porque el Mesías habría de ser para
todo el planeta y no sólo para Israel. Los hijos de Abraham, prefiguran la
humanidad entera destinada a los beneficios del mesianismo. Incompleta también
porque nadie habría imaginado la aparición del Mesías en los pañales de un niño
recostado en un pesebre. Como que no era digno para la solemnidad del Reino de
Judá. Mientras tanto unos sabios de oriente, expertos en astronomía, descubren
en el firmamento que la configuración de los astros indica claramente el arribo
de algo prodigioso, único y sorprendente: el nacimiento del Rey y Señor de todo
lo creado. El presagio apunta como lugar a la vecina nación de Israel. Sin
perder tiempo se alistan para emprender el viaje. La emoción les incita a
llevar los dones más preciosos, oro, incienso, mirra. Era el mayor rendimiento
de homenaje, adoración y servidumbre. En ese entonces a los sabios se les
llamaba magos y los magos sabían que no era un nacimiento cualquiera y que la
conjunción de estrellas les indicarían el camino. Quien haya deambulado por los
campos en una noche de luna llena sabe bien que la intensidad de la luz
reflejada es suficiente para una caminata agradable y segura. Al llegar a
Jerusalén, la luminosidad de la estrella se pierde y los sabios no traen sus
instrumentos para observar qué ha pasado en el cielo. Al preguntar a Herodes y a la ciudad, se produce un alboroto
y turbación. ¿Cómo un rey recién nacido si reina maravillosamente un Tetrarca?
Los Escribas y Fariseos de entonces indican a Belén, la ciudad de David, como
la cuna del Salvador. Belén dista 11 kilómetros de Jerusalén. Estaban pues a
poco tiempo de camello. La noche era fría, pero espléndida y radiante como un
día. La estrella abre paso y se detiene en una cueva. La estrella está ahí
radiante y estática. Los sabios han traído oro para un Rey, pero ¿dónde está el
rey? incienso para un Dios, pero ¿dónde está para adorarlo? mirra para un Varón
magnífico capaz de dar la vida por su pueblo, pero ¿dónde está el varón? Las
expectativas no cuadran, pero no pueden fallar ni sus conocimientos de los
astros ni la señal de la estrella. Dios sigue mandando señales al hombre separa
manifestarse como lo hiciera en Belén.
ORATIO: Niño Jesús, que quisiste
manifestar al mundo la divinidad en la inocencia, la omnipotencia en la
sencillez, la bondad en el candor de un pequeño, aumenta mi fe para reconocerte
en cada persona y en cada acontecimiento de mi vida. Quiero yo también
arrodillarme ante el misterio para rendirte homenaje y donarte todo cuanto soy
y tengo.
CONTEMPLATIO: Epifanía
ACTIO: Ejercicios de navidad. A ejemplo de los
Reyes magos: Buscar al Niño Dios en la vida, en casa, en el trabajo, en la
calle, siempre. Salir de mi mundo en búsqueda de lo pequeño, sencillo y
silencioso. Identificar y seguir las estrellas que Dios me manda. La Escritura,
la Tradición, el Magisterio, la catequesis, los sacramentos, la oración
meditativa y contemplativa… Escribir en una ficha lo que considero señales de
Dios en mi vida. Donar al Niño Dios lo mejor de mí mismo, todos mis tesoros.
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