domingo, 5 de enero de 2014

LECTIO DIVINA Epifanía

INVOCATIO: Que todos los reyes de la tierra le rindan

homenaje y le sirvan todas las naciones.


LECTIO: Is 60,1-6. ¡Levántate, resplandece, porque llega tu luz y la gloria del Señor brilla

sobre ti. Sal 71,1-2.7-8.10-13. Que todos

los reyes de la tierra le rindan homenaje. Ef 3,2-6. Por medio de una revelación se me dio a conocer el

misterio. Mt 2,1-12. Cuando

vieron la estrella se llenaron de alegría y, al entrar en la casa, encontraron

al niño con María, su madre, y postrándose, le rindieron homenaje. Luego,

abriendo sus cofres, le ofrecieron dones: oro, incienso y mirra. 


MEDITATIO:  Llegada la plenitud de

los tiempos envió Dios a su único Hijo, nacido de mujer. En realidad nada se

sabía de la plenitud de los tiempos, lo único cierto y seguro era que vendría

el Mesías, el pacificador que habría de liberar a Israel de toda esclavitud,

enfermedad y dolor. La noticia de la venida del Mesías se quedaba en casa

judía, custodiada por un celo exquisito de exclusividad y privilegio del cielo.

Sin embargo esta revelación bíblica, como todo el conjunto de la revelación

quedaba muy incompleta sin la venida misma de la Palabra, plenitud de la

manifestación de Dios al hombre. Incompleta porque el Mesías habría de ser para

todo el planeta y no sólo para Israel. Los hijos de Abraham, prefiguran la

humanidad entera destinada a los beneficios del mesianismo. Incompleta también

porque nadie habría imaginado la aparición del Mesías en los pañales de un niño

recostado en un pesebre. Como que no era digno para la solemnidad del Reino de

Judá. Mientras tanto unos sabios de oriente, expertos en astronomía, descubren

en el firmamento que la configuración de los astros indica claramente el arribo

de algo prodigioso, único y sorprendente: el nacimiento del Rey y Señor de todo

lo creado. El presagio apunta como lugar a la vecina nación de Israel. Sin

perder tiempo se alistan para emprender el viaje. La emoción les incita a

llevar los dones más preciosos, oro, incienso, mirra. Era el mayor rendimiento

de homenaje, adoración y servidumbre. En ese entonces a los sabios se les

llamaba magos y los magos sabían que no era un nacimiento cualquiera y que la

conjunción de estrellas les indicarían el camino. Quien haya deambulado por los

campos en una noche de luna llena sabe bien que la intensidad de la luz

reflejada es suficiente para una caminata agradable y segura. Al llegar a

Jerusalén, la luminosidad de la estrella se pierde y los sabios no traen sus

instrumentos para observar qué ha pasado en el cielo. Al preguntar a  Herodes y a la ciudad, se produce un alboroto

y turbación. ¿Cómo un rey recién nacido si reina maravillosamente un Tetrarca?

Los Escribas y Fariseos de entonces indican a Belén, la ciudad de David, como

la cuna del Salvador. Belén dista 11 kilómetros de Jerusalén. Estaban pues a

poco tiempo de camello. La noche era fría, pero espléndida y radiante como un

día. La estrella abre paso y se detiene en una cueva. La estrella está ahí

radiante y estática. Los sabios han traído oro para un Rey, pero ¿dónde está el

rey? incienso para un Dios, pero ¿dónde está para adorarlo? mirra para un Varón

magnífico capaz de dar la vida por su pueblo, pero ¿dónde está el varón? Las

expectativas no cuadran, pero no pueden fallar ni sus conocimientos de los

astros ni la señal de la estrella. Dios sigue mandando señales al hombre separa

manifestarse como lo hiciera en Belén. 


ORATIO: Niño Jesús, que quisiste

manifestar al mundo la divinidad en la inocencia, la omnipotencia en la

sencillez, la bondad en el candor de un pequeño, aumenta mi fe para reconocerte

en cada persona y en cada acontecimiento de mi vida. Quiero yo también

arrodillarme ante el misterio para rendirte homenaje y donarte todo cuanto soy

y tengo.  


CONTEMPLATIO:  Epifanía 


ACTIO: Ejercicios de navidad. A ejemplo de los

Reyes magos: Buscar al Niño Dios en la vida, en casa, en el trabajo, en la

calle, siempre. Salir de mi mundo en búsqueda de lo pequeño, sencillo y

silencioso. Identificar y seguir las estrellas que Dios me manda. La Escritura,

la Tradición, el Magisterio, la catequesis, los sacramentos, la oración

meditativa y contemplativa… Escribir en una ficha lo que considero señales de

Dios en mi vida. Donar al Niño Dios lo mejor de mí mismo, todos mis tesoros.

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