lunes, 4 de noviembre de 2013

LECTIO DIVINA La otra cara de la muerte

INVOCATIO: Desde lo hondo a ti grito, Señor.

 

LECTIO: Lam 3,17-26. El Señor es bueno para los que en Él esperan. Sal 23,1-2.3-6. Desde lo hondo a ti grito, Señor. Escucha mi voz. Estén tus oídos atentos al clamor de mi plegaria. Jn 14,1-6. Que no titubee su corazón. Crean en mí. En la casa de mi padre hay muchas moradas. Yo soy el camino, la verdad y la vida.

 

MEDITATIO: Abrir cualquier rotativo, escuchar un noticiero es toparse con el tránsito al más allá. Accidentes de carretera, enfermedades sin remedio, asesinatos crueles, abortos despiadados, agonías interminables en el último lecho. ¿Quién no ha visto a un niño con un ramo de flores frente a un féretro? En un día como este, la pregunta del millón: Jesús vino a este mundo para dar vida y salvar lo perdido, ¿qué ha pasado entonces? La muerte impone un silencio a veces respetuoso, a veces rebelde, a veces resignado. La muerte cierra el telón y deja tras de sí lágrimas, dolor y misterio. La muerte siempre gana la partida por eso se le representa, con una guadaña de tiranía y desolación. No acepta ni amistades ni sobornos, no negocia ni alega tema alguno. Llega puntual y su arma favorita es la clepsidra; para todo ser humano, rico o pobre, influyente o desamparado, sano o enfermo, todo es cuestión de tiempo. No pide permiso, ni necesita abrirse paso. No es cosa de a ver si puede, sino porque puede y debe, viene. No conoce compasión, ni argumento que valga. En la contienda sobre la certeza, ha ganado medalla y diploma de primer lugar. Nunca cambia su cara de crueldad ni mucho menos acepta el juego; es implacable, seria, insobornable, trágica, inapelable. En los desenlaces tiene la última palabra. Francotirador preciso y jamás errado. Aliada y compañera de la venganza, la edad, el siniestro, el odio, la pena capital y la impiedad. Y sin embargo y para contestar la pregunta ante formulada, la muerte no tiene la última palabra. Hay un Juez y Señor por encima. Dios. Vendrá el Señor de la vida y de la historia y será bueno para con los que en Él esperan. Alfarero y dueño de sus vasijas, Él decide el molde, la textura, el adorno y el uso. Amo y Señor de la existencia, Él ha decidido el grito y el llanto de sus creaturas. El inclina el oído hacia ellas y escucha su voz suplicante. Caballero atentísimo al clamor de toda plegaria. En el designio de la creación estaba presente la corrupción del cuerpo y la inmortalidad del alma; la debilidad y fragilidad del hombre y la herencia del Dios Amor: la resurrección. No tiene la muerte la última palabra, no. La tiene la resurrección gloriosa, el amor misericordioso, la comunión plena y eterna con el Señor. Muerte, ¿dónde está tu victoria, dónde has escondido tu aguijón, qué ha sido de tu calcañar? Con otra pregunta El Señor Dios responde la pregunta sobre la muerte. No hay invierno sin primavera, no hay viernes santo sin Pascua, no hay muerte sin gloria. No hay quebranto sin restauración en el amor. Así lo ha decretado el Dios verdadero. En Él brilla, entonces, la esperanza cierta de una feliz resurrección. Para quienes morir les entristece, ha de consolarle y serenarles la promesa de la futura inmortalidad. Los días y la vida sobre el planeta Tierra no terminan ahí, se transforman, y al deshacerse en cenizas la morada terrenal, aparece una mansión de querubes y ángeles en el cielo.

ORATIO: Tú, Señor, eres mi pastor, nada me falta.
En verdes pastos me haces reposar.
Me conduces a fuentes tranquilas,
allí reparo mis fuerzas.
Me guías por cañadas seguras
haciendo honor a su nombre.

Aunque pasara por un valle tenebroso,
ningún mal temería,
pues tú vienes conmigo;
tu vara y tu cayado me sosiegan.

Preparas ante mí una mesa,
en frente de mis enemigos;
perfumas mi cabeza,
mi copa rebosa.
Tu bondad y amor me acompañarán
todos los días de mi vida.
Habitaré en la casa de mi Señor, por años sin fin.

 

CONTEMPLATIO:  La otra cara de la muerte Image and video hosting by TinyPic

 

ACTIO: Ejercicio de esperanza y de gozo. La muerte del creyente tiene otra cara: la resurrección. La muerte es el mejor escenario para ejercitar la esperanza. La esperanza goza por anticipado de la promesa de Dios de inmortalidad. Haz hoy el ejercicio de imaginar y gozar lo que te espera en el cielo. La promesa es cierta, increíble, inimaginable. Prueba a imaginarte allá, en el gozo eterno de tu Señor, con tus seres más queridos, en la gloria de los ángeles y santos. No te dejes llevar por las cenizas de acá abajo. No es una fábula ni cuento de hadas. Es real. El Señor lo ha prometido.

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