INVOCATIO: Las obras de sus manos son verdad y justicia.
LECTIO 1Tim 4, 12-16.El obispo, por la imposición de las manos recibe el carisma de la proclamación del evangelio y es modelo para los que creen. Sal 110, 1-6. Las obras del Señor son verdad y justicia.Lc 7, 31-35. Una mujer pecadora, ante la consternación de un fariseo, lava los pies a Jesús.
MEDITATIO: Dos amigos. Hombre y mujer; Simón y “la pecadora”; Fariseo y ramera; anfitrión y colada; distante y atrevida; él frío, ella detallista; el señor de la casa, dudoso de su huésped; la mujerzuela, cierta de su Dios; éste ni lava ni besa; ésa, no para de besar sus pies, secarlos con su cabello, ungirlos con perfume; el principal, desconfiado; la escuincla de mal vivir, entregada. Él, por encima de la mesa y al tú por tú con el Señor: cosas de adultos; ella, debajo de la mesa, en actitud sumisa y humilde: cosas de sirvientes o esclavos. El Simón, observante; la doña, disoluta. Los contrastes saltan a la vista, no hace falta decir mucho más. Salen a relucir los niveles, los estilos, los carismas. Pablo, inmerso en su carta, recomienda a Timoteo que no malogre el carisma que hay en él. Todo ser humano tiene un carisma; el del obispo es carisma de servicio y evangelio, carisma de entrega a la predicación y modelo en la virtud. El del cristiano es la caridad y la misericordia, el amar como el Maestro ha amado, el perdonar setenta veces siete y querer entrañablemente al enemigo. La palabra carisma viene del griego y significa “talento o gracia singular”, “capacidad magnética de suscitar el agrado y admiración de los demás”. En pocas palabras tener carisma es marcar la diferencia. El cristiano se distingue por su capacidad de amar a todos, en toda circunstancia, sin condiciones, sin acepción de personas, sin límite de tiempo o de lugar. Amar. En la escena del evangelio cualquiera se pone del lado de la mujer. En la vida real del siglo XXI, hay ligeras diferencias. Ningún rico invitaría a una de ésas a su casa, ni siquiera para muchacha de servicio. Hay niveles y hay estratos sociales. Los ricos y los pobres, los listos y los tontos, los buenos y los malos, los militares y los civiles, los decentes y los indecentes, los domiciliados y los vagabundos, losbusinessmen y los limpliaventanas, las mujeres de etiqueta y las de la calle. Eso. No se mezclan unos con otros, no se lleva el agua con el aceite ni las fresas con las guayabas. Cuando coinciden, ya se sabe: muchas preguntas y poca entrega, muchas sospechas y nada de lágrimas. Es cuestión de estilos. Mientras tanto, cada uno vale lo que vale su amor. El millonario puede comprar a una mujer, pero no su amor. Jesús, el amo y Señor del mundo tenía mucho que reclamar en Simón, el fariseo cumplidor, y mucho que perdonar y amar en la mujer, ignorante de la Torá. El siglo despreciaría a la mujer y conversaría con Simón. Es que el planeta tierra ignora la ley de proporción directa que entonces estableció Jesús: mucho se perdona al que mucho ama. Pero, dicen las calles asfaltadas, los pobres no aman porque no tienen con qué, por eso no se les perdona y se les orilla. Sin duda, un poco más de misericordia y menos cálculo haría al mundo menos frío y más justo, menos indiferente y más dado al amor. Un mundo donde todos sean amigos. Amigos sin metralletas ni urnas. Amigos.
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