INVOCATIO: El Señor ama a su pueblo.
LECTIO Ag 1, 1-8. El profeta Ageo habla a la comunidad: Suban a la montaña, traigan madera y reconstruyan la casa. Sal 149, 1-6. 9. El Señor tiene predilección por su pueblo y corona de triunfo a los humildes. Lc 9, 7-9. Herodes oye hablar de Jesús y quiere verlo.
MEDITATIO: Con frecuencia se cree que la profecía es una especie de visión anticipada del destino, lo que resulta inexacto, si no falso, en la Sagrada Escritura. La función del profeta no era tanto «predecir» el futuro cuanto «hablar delante del pueblo», ser mediador e intérprete de la voluntad de Dios para la nación elegida. En Israel hubo profetas desde los primeros tiempos. Eran llamados por Dios y enviados a transmitir su palabra, su juicio sobre los acontecimientos o los comportamientos. Después de la deportación babilónica y un extenuante exilio, el pueblo elegido regresa a casa. Reconstruir la nación de Yahvé es tarea de titanes. El desaliento es mayúsculo y muchos tiran la toalla. El profeta Ageo, enviado de Dios para animar la reconstrucción sobre cenizas, pone el pueblo a trabajar y soportar un ritmo pesado de sol a sol. Hay mucho por hacer y la responsabilidad es de todos. No es sólo el templo, Jerusalén fue arrasada por las tropas de Nabucodonosor y está todo por hacer. En medio de la desolación aparente, ya es mucho estar de nuevo en casa. Se precisa entonar un canto de alabanza y gratitud al Señor, porque nuevamente ha mostrado su predilección por su pueblo y ha coronado con el triunfo a los humildes. El profeta Ageo se encarga de sacar coraje y valor de los corazones deprimidos y abatidos. Mientras más lamentable es la ruina del hombre, más grande se muestra la grandeza de Dios. El Tetrarca Herodes se enteró de todos las enseñanzas, milagros y prodigios de Jesús y estaba sumamente desconcertado. El talante del nazareno se parecía en todo a un profeta magnífico. Los tiempos de la ocupación romana pedían a gritos un gran profeta. Por todo el Evangelio surgen voces de alegría y esperanza porque al ver que Jesús enseña con autoridad y obra portentos, deducen que el Señor se ha acordado de su pueblo y ha suscitado a un gran profeta. Herodes está perplejo porque el último profeta de Israel había sido tan incómodo que lo mandó asesinar. “A Juan lo hice decapitar yo” –decía- “entonces, ¿quién es éste del que oigo hablar semejantes cosas?” Y buscaba verlo. Herodes se hacía pasar como el tres veces rey por una ficticia autoridad sobre Judea, Perea y Triconítide. En realidad existía una vieja amistad con los romanos, desde su padre, Herodes el grande, y Roma le permitía una titularidad pero sin gobierno. El Tetrarca buscaba ver a Jesús por remordimientos de conciencia. No podía soportar sus crímenes y su conducta inmoral. Jesús ha venido a reconstruir la nación hecha añicos por el pecado de hipocresía de los fariseos, el pecado de miedo de los discípulos, el pecado de idolatría de la gente, el pecado de traición de los pueblos paganos. Reconstruir al hombre es la tarea. Armar el rompecabezas. Devolver la imagen de Dios a un amasijo de colores y formas. Tal parece que es la misma tarea del hombre del siglo XXI. Rehacer la humanidad, hacer limpia de la inseguridad, las protestas violentas, el libertinaje moral y el ateísmo galopante. Nunca tuvo la humanidad una tarea más espectacular y desafiante. Rehacer y reconstruir al hombre.
ORATIO: Señor, ¿no te cansas de tanto esperar? Toda la historia de la salvación es echarnos fuelle. Conversión, volver a ti, acercarnos a ti, amarte con toda la mente, el corazón y las fuerzas, pero en libertad. Me asombra que no impongas nada, sólo invitas. “El que quiera, que me siga”. La tarea de profetizar es más actual que nunca. Reflejar el resplandor de tu imagen en el prójimo.
CONTEMPLATIO: Rehacer al hombre
ACTIO: Ejercicio de trabajo. El trabajo espiritual es todo un arte de construcción del hombre nuevo en Cristo. El trabajo exige un programa espiritual con metas, medios, objetivos, visión y misión, fortalezas y debilidades personales. El trabajo exige un Director espiritual y un confesor. El trabajo exige una voluntad seria de ejecución implacable. El trabajo exige mucho amor.
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