INVOCATIO: Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
LECTIO: Rom 5,12.15.17-19.20-21. Si el delito de uno trajo la ruina a todos; también la justicia de uno traerá la vida y justificación. Sal 39,7-10.17. Aquí estoy, Señor para hacer tu voluntad. Lc 12,35-38. Tened ceñida la cintura y las velas encendidas, como los que aguardan al Señor a la vuelta de la boda para abrirle apenas llame.
MEDITATIO: Se acerca el final del año litúrgico, símbolo del fin de los tiempos. La exhortación versa sobre el estar en vela. La vigilancia es un oficio bien pagado y cotizado debido a la inseguridad reinante en el mundo. Es de tal suerte importante que la condenación entró en el mundo por causa de uno que no vigiló y pecó gravemente de desacato. La herencia la han cobrado todos. Pero en la plenitud de los tiempos, entró en el mundo Uno que dijo: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad” y su vigilancia y su justicia trajeron para toda la humanidad la justificación y la vida. En el Evangelio, Jesús describe al celador de aquellos tiempos como alguien con el celemín en mano y la cintura ceñida. Anudarse las ropas en la cintura permitía actuar de inmediato. En esos tiempos la usanza era el vestido talar para todo el mundo, sin importar si eran ellos o ellas, si magistrados o campesinos, si comerciantes o sirvientes de casa. El hábito era incómodo y para caminar de prisa o correr hacía falta ceñirse la cintura para lograr movimientos rápidos sin atrabancarse. Por otra parte al no existir la electricidad, la iluminación era torpe y por medio de lámparas de aceite. Los grande señores, al volver de sus correrías, ordenaban a los criados que mantuvieran las lámparas encendidas para que al acercarse al hogar, reconocieran el camino y fueran atendidos a la entrada de la casa. El lenguaje que usa el Señor Jesús en la parábola del siervo vigilante es pintoresco y admirable. Dichoso será el siervo a quien su Señor al llegar lo encuentre en vela, pues entonces sucederá lo inaudito. El Señor se ceñirá para atender al sirviente, y el sirviente al ser servido toma la vez del patrón y el Señor al ceñirse la del sirviente. Con emoción la Lectio divina de este pasaje detecta la esencia de la felicidad en el cambio de papeles: el criado por el Señor y el Creador por la creatura. Eso sucede en la justificación y sucederá en la felicidad eterna del cielo. El criado hallado en postura de vigía es premiado con el puesto de su Señor. Y el Señor para poder premiar la conducta vigilante, se da a la tarea de servir la mesa alejando el propio puesto y asumiendo el del sirviente. Es ésta una alusión clara y precisa de la renuncia que hace Jesús de su condición divina para asumir la postura del esclavo. Con emoción se verá a Jesús en otro pasaje, precisamente antes de instituir la Eucaristía, CEÑIRSE para lavar los pies. En el planeta Tierra el puesto de vigilante se hace sólo por dinero; es bien pagado, pero muy poco saboreado. El estar en vela para guardar la seguridad de otro implica mucha tensión, temor al enemigo y un gran agotamiento. El vigilante se juega allí el prestigio, el amor de los suyos y la misma vida. Todo bautizado está en vigilancia, a la espera de la segunda venida de Jesús. Cabría preguntar si está ceñido y con lámpara en mano.
ORATIO: No quieres sacrificios ni oblaciones, pero me diste un cuerpo. Heme aquí, Señor, que vengo a hacer tu voluntad. Me agrada pensar que soy como un faro, siempre en vela para ti Señor, para ti en cada uno de mis hermanos. Y me agrada ceñirme para lavar tus pies doloridos y cansados en cada uno de mis prójimos. Sé Señor que se acerca tu regreso. Aquí estoy en vela, para ti.
ACTIO: Ejercicio de vigilancia. Vigilar es estar siempre listo para la lucha. Vigilar es tener siempre la luz de Dios para ver. Vigilar contra la tentación para oponerse. Ya te conoces y sabes de qué pie cojeas; vigila con especial ahínco en las debilidades, en las zonas oscuras de la vida. Si falla la voluntad, vigila. Si tiendes a la pereza, vigila doblemente. Si te gana el placer y la buena vida, vigila triplemente.
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