INVOCATIO: Yo confío en tu misericordia. Alegra mi corazón con tu auxilio
LECTIO: Rom 8,26-30.El Espíritu viene en nuestra debilidad. Para los que aman a Dios todo les sirve para el bien. Sal 12,4-6.Confío en tu misericordia.Lc 13,22-30. En el Reino habrá de oriente y occidente, del norte y del sur. Esfuércense por entrar por la puerta estrecha.
MEDITATIO: Hay una gran preocupación por la salvación y el fin del mundo. En el siglo XXI no falta quien ha puesto el día y la modalidad. Pero el individuo humano no tiene fecha de caducidad. No han acertado nunca. En tiempos de San Pablo también cundía el miedo por los últimos tiempos. Él asegura que el Espíritu siempre viene en la debilidad del hombre. Impresiona que el hombre sabedor de este secreto, no quiera reconocerse débil, prefiere el tráfico de influencias. Cree que por haber comido y bebido con el Señor, la puerta está asegurada; piensa que por ser del grupo de amigos tiene el pase. Pues no, no es así. En el cielo no hay portones. Sólo una portezuela estrecha y canija. Por ahí sólo entran los niños. “Si no se hacen como un niño, no entrarán en el Reino de los cielos”. Variantes de niños con derecho de acceso al paraíso son los pobres de espíritu, los mansos, los afligidos, los hambrientos y sedientos de justicia, los misericordiosos, los limpios de corazón, los constructores da paz y los perseguidos por causa de la justicia. Todos están invitados pero la puerta es estrecha y el que no adelgace, no entra. Encogerse al tamaño del niño es el reto para entrar por la puerta estrecha. Suprimir el orgullo herido por una palabra o actitud ajena; quitar los temores que vienen de la seguridad de los adultos; asumir lo que no salió bien sin justificaciones; dolerse de haber dicho algo indebido; rechazar el deseo de lo que no se puede conseguir, porque sólo Dios es omnipotente. La puerta estrecha implica practicar mucha humildad y bajar muchos kilos de grandeza fatua. En el planeta Tierra y a estas alturas del partido, el valor del ciudadano se mide por los títulos, los estudios realizados, la simpatía, el curriculum largo y variado, la experiencia variada y copiosa, los amigos influyentes, los contactos de alto nivel político y económico. Y dura unos cuantos años. En el cielo los parámetros son diametralmente distintos y se mantienen para siempre. Allí vale el desprendido, el bondadoso, el necesitado, el honesto, el compasivo, el hombre de corazón sencillo, el de alma de niño y de espíritu magnánimo. En definitiva el que tiene amor. Cabe cualquiera por la portezuela, pero que tenga amor. Porque al que ama todo sirve al bien y le espera el premio eterno. Los humanos ávidos de propiedad, también se han adueñado del reino de los cielos como si pretendieran poner sus propias garitas para obligar a los hombres a abrazar determinados comportamientos religiosos y morales. Lo que está claro es que el Espíritu de Dios siempre viene en la debilidad del hombre y para el que ama realmente a Dios sin castas religiosas o morales, todo le favorece para el bien. Y todo significa Todo. La sombra de la cruz, los sinsabores, las enfermedades, la fatiga, el rechazo de los demás, los desprecios, y mucho más, para el que ama, contribuye a su bien, todo le lleva a la puerta del cielo.
ORATIO: Señor Jesús, Rey universal, ¿no sería mejor poner unos portones gigantes en tu Castillo para que entren todos? ¿por qué la puerta estrecha? Nos creaste grandes pero nos quieres pequeños. Nos pusiste en un mundo portentoso pero nos haces pasar por lo estrecho. Dame la sencillez, la humildad y espontaneidad de los niños para vivir contigo para siempre.
ACTIO: sugerencias de sencillez y humildad. Invertir tiempo para estar con los niños. Ellos son maestros de sencillez y humildad. Preferir, en las comidas, servir a los demás a ser servido. Buscar más escuchar que decir muchas palabras. No decir: “lo que tú deberías hacer”, porque en la vida no se es maestro, sino alumno. En las reuniones ocupar los últimos lugares. Cumplir las leyes civiles sin cuestionarlas demasiado. Pagar los impuestos. Al llegar por la tarde a casa, dejar fuera todos los asuntos y problemas y convivir con la familia y sonreir mucho como los niños.
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