INVOCATIO: Bendito sea el Señor porque ha visitado a su pueblo.
LECTIO: Rom 4,20-25. La fe en la promesa de Dios vale la misma justificación. Lc 1, 69-75. Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado a su pueblo. Lc 12,13-21. El viejo avaro construye graneros más grandes y Dios en ese mismo día le pide cuentas.
MEDITATIO: Se pregunta y con razón, que es la “JUSTIFICACIÓN”. San Pablo en la carta a los Romanos ha utilizado el término más de una vez. La respuesta está en el primer capítulo del Evangelio de Lucas. Una fuerza de salvación que libra al creyente de las ataduras del pecado. La fuerza de salvación es obra de la misericordia divina y se realiza con la muerte y resurrección de Jesús. Larga disputa se originó la disputa sobre si la justificación es por la fe y confianza en Jesús o por la observancia de la ley. Como quiera que sea hay algo muy poderoso y dañino que puede impedir la justificación; su nombre es avaricia. Tal vez se piense que el Evangelio insiste demasiado en el tener o no tener. Pero esta vez, la lectura no habla de eso sino de la enfermedad mortal de la codicia que priva al ser humano de la justificación. ¿Cómo es que un avaro no puede alcanzar la salvación? Porque el avaro y el codicioso tienen su seguridad y esperanza puesta en los bienes de la tierra. El punto no es pedir ayuda de arriba sino construir graneros más altos y espaciosos que puedan contener las ganancias abundantes de acá abajo. En un par de pinceladas ha quedado el cuadro con todos los colores. La justificación del hombre viene del cielo y es obra de la divina misericordia de un Dios Salvador. Los bienes de la tierra trabajados y conseguidos con el trabajo, los dineros bien pagados, los talentos recibidos desde y el nacimiento y puestos a producir son muy necesarios para vivir. Hasta aquí todo está muy claro y simple. Sin embargo en este mundo portentoso y admirable pero salpicado de violencia e inseguridad no es fácil confiar en el prójimo ni compartir los bienes con el más necesitado. Porque por el afán de compartir y ayudar, el ciudadano de este siglo corre el riesgo del engaño, el fraude e incluso el secuestro exprés. Tal vez la respuesta al dilema de la sociedad moderna esté en el corazón generoso y amable. En una cultura asfixiada por la búsqueda afanosa del beneficio, aún a costa de hacer daño al de al lado, se precisa tener un corazón desprendido de graneros más grandes y ambiciones egoístas; y tener la esperanza en Jesucristo y no tanto en la cartera, en la tarjeta de crédito, en el auto veloz o en los agentes de seguridad privada. Se trata de una invitación al rechazo de toda avaricia y a la aceptación de un ánimo compartido. Y se trata de hacer el ejercicio de la esperanza teologal en Cristo que salva. Es muy posible que debido a los avances y trucos de la criminalidad moderna, el hombre se vea alguna vez acosado y lastimado, nada le podrá pasar si su corazón está no en el afán de acumular más bienes en los graneros y en los bancos, sino en el Dios que justifica y salva del enemigo y del pecado.
ORATIO: Señor dame lo que me pides y entonces pídeme lo que quieras. Ayúdame a ser generoso con todas las personas que encuentro en mi camino. Amanecer para dar y acostarme habiendo dado. Dame la generosidad del pelícano y quita de mí el vicio del buitre. Que no tenga, Dios mío, sino para dar. Y que de siempre y sin importar a quién y en el dar no dé de lo que me sobra como los tacaños, sino de aquello que más necesito.
ACTIO: Ejercicio de generosidad. Dar con negrilla, dar abundantemente, dar hasta que duela, dar sin prejuicios, dar sin importar el uso que se hará del don. Poner por obra la oración de este día.
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