lunes, 14 de octubre de 2013

Gracias!


INVOCATIO: El Señor se acordó de su misericordia.

LECTIO: Re 5,14-17. El profeta Eliseo cura de la lepra a Naamán, el sirio. Sal 97,1-4. El Señor da a conocer su victoria, revela a las naciones su justicia 2Tim 2,8-13. Si morimos con Él, viviremos con Él. Si perseveramos, reinaremos con Él.  Lc 17,11-19. Curación de los 10 leprosos.

MEDITATIO: Relata hoy la Liturgia el caso de dos leprosos extranjeros, Naamán el sirio y un quisque samaritano. En el tiempo del profeta Eliseo y todavía en el de Jesús, la Lepra era una enfermedad mortal y altamente contagiosa. Los leprosos se tenían que identificar socialmente, pregonar a gritos su inmundicia y excluirse en campamentos apartados para no contagiar a la población sana. La lepra no era una enfermedad, era una maldición porque al no existir antibiótico alguno todavía, implicaba permitir que en la carne del cuerpo invadiera irremediablemente una podredumbre pestilente. Habría que esperar todavía cientos de años hasta que se descubriera el bacilo de Hansen, causante de millones de muertos. Hay referencias de esta enfermedad desde el siglo VI antes de Cristo. Es esta la situación en la que se narran las curaciones de estos dos personajes llenos de peste letal. No es difícil descubrir la referencia que la lepra hace al pecado y la relación que la curación del gran profeta Eliseo y de Jesús tiene con la salvación universal. Y es que además los enfermos eran extranjeros y para el pueblo judío la extranjería de todos modos implicaba una exclusión radical. Dios quiere que todos se salven y se salven de todo. El Evangelio narra la sanación de 10 leprosos y sólo uno de ellos retorna al Señor Jesús para agradecer. Se podría uno imaginar cómo aquellos hombres se acercaron al Taumaturgo con gritos y gemidos. La gente asustada se alejó despavorida y los enfermos se quedaron solos con Jesús. “Por favor, por lo que más quieras, socórrenos en nuestra maldición; hemos oído que Tú puedes curar toda enfermedad, expulsar demonios y calmar las tempestades; ten piedad de nosotros”. Jesús les manda hacer lo que estaba prescrito en el Levítico. Ir al sacerdote. Y en el camino, el tango iniciado en la piel de aquellos hombres, se frena en seco y retrocede hasta alcanzar la pureza y tersura del tejido sano de un bambino. ¡Milagro! Todos corren a dar la buena nueva, los leprosorios han quedado muy lejos. El camino a casa es conocido y la alegría es inmensa; tan grande e invadente que 9 olvidan agradecer y sólo uno retorna al Médico bendito. Increíble, ¡tan sólo el diez por ciento! Qué decepción para el maestro. ¿Dónde están los otros 9, no fueron 10 los curados y sólo ha venido un extranjero? Así pasa también en el siglo corriente. El hombre goza de cualquier cantidad de beneficios y dones del cielo: la existencia, la libertad, la salud, la familia, la educación, la fe, el amor, la promesa de la vida eterna, la Eucaristía, la Madre del cielo y tantos más... Ni al diez por ciento llegan los agradecidos.

ORATIO: Señor Jesús, gracias por todas tus bendiciones y gracias. Me siento privilegiado, amado y muy bendecido. Tus dones superan mi imaginación. Has cuidado de mí como lo haría la mejor de las madres. Me has curado las heridas, has perdonado mi pecado y has rodeado mi existencia de riquezas y dones del cielo. Gracias.
ACTIO: La gratitud es una virtud exótica. Dicen que el ser humano es el único animal que muerde la mano del que le da de comer. Ejercitar hoy la gratitud. Gratitud a Dios, a mis padres, hermanos, bienhechores, amigos. Gratitud a quien me sirve y ayuda. Gratitud a mis maestros y consejeros. Gratitud a las autoridades. La gratitud es como una rosa de amable fragancia. 

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