sábado, 12 de octubre de 2013

Esa mujer


INVOCATIO: Alégrense justos en el Señor.
LECTIO: Jl 4,12-2. El juicio se presenta terrible, como una aniquilación de los opresores. Dios está del lado del que sufre. Sal 26,1.3.4.5. Alégrense justos en el Señor. Las naciones contemplan la gloria de Dios.  Lc 11,27-28. Feliz el vientre que llevó a Jesús y los pechos que lo amamantaron.
MEDITATIO: Relata la santa tradición que Santiago, el apóstol de la Península Ibérica, estaba sumamente estresado por la misión de evangelizar España. La Virgen, señora de los pueblos, se le apareció sobre un pilar para darle alivio. Desde entonces millones de personas han tomado el bendito nombre de Pilar. Es significativa la coincidencia de los dos textos litúrgicos del tiempo ordinario en el tema de la madre Jerusalén, la Madre María. El profeta Joel continúa su profecía en tono agridulce. A primera vista asusta y pone a temblar al lector más valiente; después la imprecación se torna amable y se escucha un tono de música y de baile. El día del Señor se acerca terrible y señero. Se juntarán todas las naciones como una madre congrega a sus hijos para darles de comer. Les tiene vino añoso, pan de hogaza y manjares suculentos. Es el día del Señor en el valle de la decisión, es la falla favorable para la Madre de Sión. No hay nada que temer, mucho que celebrar. Para los malvados habrá ignominia y oscuridad de los astros. Una lágrima resbala por la mejilla de una mujer; es de danza, de alegría y algazara. Se acerca su liberación. Sus ojos de madre han visto la salvación. ¿Puede haber más dicha en una mujer que el ver a sus hijos sanos y salvos? Que corra el vino y se alcen las copas. Es hora de brindar. Las cubas desborden y cunda la música. Los hijos todos dancen en banquete de redención. Jerusalén, como una madre fecunda, será un lugar santo, el arca del Señor, el seno de Abraham. Broten las flores en las colinas y llénese el valle del perfume de acacias. El Señor Dios vengará la sangre de los hijos de Sión, no la dejará impune, pondrá su morada en la montaña santa. 700 años después del profeta quejumbroso, por las mismísimas calles de Jerusalén una mujer toma la palabra y a voz en grito se dirige a Jesús ante el gentío que lo sigue: ¡Dichoso el vientre que te engendró y los senos que te amamantaron! Claro cualquier mujer hubiera querido un hijo que habla con autoridad, echa fuera los malos espíritus y alimenta muchedumbres con un solo canasto de dos panes y tres peces. Joel tardó páginas en expresar la alegría y admiración por Jerusalén, madre de todos los creyentes; a esta mujer anónima le ha sido suficiente un versículo entre los miles de la Escritura Sagrada. “Mejor, ¡dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen!” porque a los gandayas les irá mal en el juicio. Quién sabe si las lágrimas de una madre sean amargas por los hijos descarriados, o escurran sazonadas por la alegría de la salvación de los hijos todos. Como quiera que sea, qué maravilloso es tener una madre al lado, en la tierra o en el cielo. María es ¡esa mujer!
ORATIO: Jesús, Gracias por dejarme como madre a tu madre. Gracias por darme un amparo en el camino. ¡María significa tanto para mí! Madre y bálsamo en la esperanza; roca y refugio en la fe; ternura y juicio de mujer en el amor; guía cierta y protectora en la misión. Sus lágrimas son mías y son por mí en la debilidad. No creo que podría sin el cariño y solicitud amable de una madre tan dulce como María.
ACTIO: Diálogo con la madre. A mucha gente no le va eso del rosario. Se pierden el gordo de la lotería. El rosario es diálogo y es alabanza a la Madre de Dios. Ningún ser humano viene al mundo sin una madre, ninguno camina por la vida sin ella. El rosario es la mejor manera de encontrarse con ella. Y es también la mejor alabanza. ¡Qué mejor oportunidad que proponerse un rosario para todos los días! Y habrá lágrimas en María.

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